jueves, 9 de septiembre de 2010

Un Día Especial

     Sandro, cuando se levantó esa mañana, se dispuso a vivir ese día como el primero de toda su existencia y a disfrutarlo como el último su vida.
      Colocó agua en una olla para preparar café hervido, para él el instantáneo era asqueroso y lleno de químicos perjudiciales para la salud. Primero dejó que empezara a hervir el agua, después echó cuatro cucharadas de café, esperó que reposara un poco para que la shingas se asentara y saborearlo mejor. En ese momento el ambiente de la cocina y de la casa se llenó de su aroma, siempre le agradó ese olor, respirarlo e imaginar sabor en sus labios y lengua, había sido un ritual familiar que nunca había olvidado, lo aprendió en casa de sus padres durante su niñez y adolescencia.
      Echó el café en su taza y otra oleada de olor llegó a su nariz, era exquisito y sobre todo más, en ese día. Cuando terminó de servirlo, recordó que su padre le decía:
―Un café sin la compañía de un cigarro no es café.
      Entonces tomó un cigarro de la cajetilla de su bolsillo y encendió uno, le agradó el primer jalón, sentía como entraba el humo en su boca y el trayecto hacia sus pulmones. El café y los cigarros eran las tradiciones que más disfrutaba.
      En el transcurso de esos instantes, de esa ceremonia, empezaron a llamar a la puerta, pero Sandro lo ignoró y continuó encantándose de las costumbres y de los instantes que empezaban a formar el día.
Cuando más disfrutaba de esto los toques en la puerta se hicieron más insistentes y molestos, sonaban cada vez más violentos y continuos. Sandro se levantó interrumpiendo el ritual para saber quién era el visitante tan inesperado.
      Sandro se sorprendió en el momento que abrió la puerta, sus ojos se abrieron exageradamente y su corazón empezó a latir fuerte, sabía que ese día llegaría pero nunca se imaginó que ese era hoy, el mismo en que se disponía… este tan especial…, tan hermoso.
Sintió la puñalada en el abdomen, mientras su pensamiento seguía rumiando, después otra y otra más. Entonces su pensamiento inició a diluirse y fue hasta entonces que sintió su sangre fuera de su cuerpo, sintió cómo se desangraba y cómo abandonaba su cuerpo. Cayó al suelo con la mirada fija en sus pensamientos, en su tragedia.
      El visitante entró, pero para cerrar la puerta tuvo que empujar un poco el cuerpo que yacía tirado en el suelo, pasó sin preocupación alguna, casi ignorándolo. Caminó dentro de la casa sin ningún problema, en el interior de la cocina sintió el olor a café y cigarro, recordó que era algo típico de su familia, se sentó y continuó bebiendo el café y aspirando el cigarro iniciados por el que estaba tirado en la entrada de la casa, siempre despacio para pensar.
      Cuando los terminó hizo un recorrido imaginario del día de trabajo, se sumió en tristeza y resignación, sabía que tenía que continuar con la monotonía de su trabajo, de su vida, de todo lo que hacía.
—Mañana… ―pensó el nuevo Sandro―, mañana viviré el día como el primero de mi existencia y como el último de mi vida. Cuando hacía esto una sensación escalofriante recorrió su cuerpo al recordar al mismo tiempo que alguien tocaría a su puerta.


cuento publicado en: http://www.teprometoanarquia.com en 2008
imagen: https://y5rxiw.bay.livefilestore.com/y1mWsedx6uAF3BhvFkszNjRlD9bOzv5eoTIMgcGz1fMnKpoVIswORJdf9ekbUieylsegzIKVM-UC3zq3lAhtQqMa-BWyIeueg3VdMWyTXF2sD-slyuEmvGBGj5cGqwtHAnZZWtryax7vZOuxwsv55A_nQ/74%20hombre%20cuchillo.png

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