miércoles, 1 de enero de 2014

El Rayo de Luz

            Estaba sentado sobre la cama, las sábanas y chamarras estaban desordenadas, los pliegues de estas eran formaban oleajes terribles y enormes que terminaban en una quietud cercana al cuerpo.  El cuarto era pequeño en esos momentos, en otros podría haber sido grande y a veces una habitación normal, cómoda.  Hoy no era así, era un lugar asfixiante.  Solo una luz pequeña se atrevía a rompen con todo el color sepia que inundaba todo el ambiente, era como un láser que atravesaba del techo de lámina hacía en donde estaba la mesa de noche.
            Sus manos, estaban cubriendo la cara porque había una angustia que estaba atorada en su pecho.  Era una aflicción de muchos años, tal vez algo que se había transmitido de generación en generación y a él le tocaba sentirla en toda su expresión, como si todos sus antepasados le gritaran sus dolores.
            Quería vomitar, quería gritar, quería llorar, quería golpear con todas sus fuerzas.  Quería morder y desgarrar destrozando a todos, a cada una de las personas que pensaba que conocía, pero era imposible.  Cuando lo intentaba sentía dolor en los ojos y en la boca porque estaban cocidos desde hace mucho tiempo, una herencia dejada de padres a hijos.
            En su mente, en su aflicción, se cruzó el pensamiento: Tal vez hoy.
            Y esas palabras se repetían una y otra vez, mil veces, y a medida que se repetía la sensación de desesperación aumentaba.  La fuerza de vomitar todo lo que estaba dentro de su pecho crecía cada vez más.  Los dedos tocaban la boca y los ojos sintiendo las costuras hechas de hilos fríos de metal y las manos temblaban por el miedo que representaba quitarse eso que siempre había tenido.
            Hasta que no puedo más y empezó a arrancarse ese metal que unía desde siempre sus labios y sus ojos.  Salía sangre por todas partes machando el piso y sus manos, su rostro y su cuerpo.  El dolor era insoportable a veces se desmayaba pero cuando volvía en sí reiniciaba con el trabajo.  Cada sentía más libre los ojos y la boca, pero al mismo tiempo el dolor crecía fuertemente.
Ya había terminado, estaba tirado en el piso bañado en su sangre.  Primero una sensación de paz que se revolvía con un miedo intenso, después una soledad llena de frío lo cubrió.  Quería gritar pero las cuerdas vocales habían estado silenciadas tanto tiempo que no podían hacer más que producir un sonido gutural.
En su mente se cruzó el pensamiento nuevamente: Tal vez hoy.
            El único testigo de todo eso era el rayo de luz que se mantenía quieto, inmutado por el suceso, como un compañero fiel que mantiene el silencio.

imagen:
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