viernes, 13 de febrero de 2015

El Torneo



El Rey había tomado todo lo que existía en su reino sin dejar algo para nadie más, su territorio era extenso porque la vista nunca llegaba a su fin cuando se señalaban los límites.  Tenía todo en su poder y nadie podía exigir nada más, sabían que él podía asesinar con gran impunidad, había destrozado las cabezas de muchos y eso les atemorizaba a todos.

Cada cierto tiempo se convocaba a un torneo para derrotarlo en una justa.  Nadie, en los años que llevaba en su trono relajado y con poder, había logrado derrotarlo.  Su experiencia en las luchas en los pueblos invadidos y derrotados, le habían dado un gran conocimiento en el uso de cualquier arma.

En el último torneo, surgió una mujer con su joven hijo, decía que era hijo del rey.  Ella pertenecía a uno de esos pueblos humillados y había sido violada y embarazada por él en una de las conquistas.  Su parecido era extraordinario, nadie dudaba en lo que ella decía, todo era idéntico: los ojos, el caminado, la voz, las manos, todo.  Era como ver al rey en su juventud.  El joven se acercó y pidió ser él combatiente, lo retó para que pudiera ser él el nuevo monarca.

El rey en una sonrisa sarcástica, sabiendo que un hombre tan joven y sin experiencia no podría contra él, aceptó el reto.  Sabía que podía derrotar al joven, lo destrozaría sin miramientos, sin compasión.  Imaginó como destruiría la cabeza, como después abriría el vientre y sacaría todas la entrañas, por último las colocaría en un asta para que todos pudieran ver lo sanguinario que sería sin impórtale la sangre.

Señaló a la mujer y le dijo que se colocara en el centro para iniciar la lucha.

Todo fue rápido y como todos lo preveían.  El joven no resistió los golpes de su padre-rey, no lo logró, no pudo más porque su cuerpo estaba sangrando, tenía quebraduras en muchas partes.  Solo quedaba arrastrarse para alejarse, porque sabía que el final era eminente.  El joven cansado decidió cerrar los ojos queriendo dejar de sentir y esperar el final.  No pudo ver nada, solo sintió el final, un silencio completo.

Cuando abrió los ojos, la madre atravesaba al padre-rey con una espada que tenía empuñada con todas sus fuerzas.  Y le decía al oído: “Justicia.”

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