Algunos días la mamá se levantaba a limpiar los rastros de sangre que
había en el piso. Regañaba fuertemente a los gemelos porque siempre
habían sido traviesos, claro que ahora se escabullían detrás de la falda de
ella negando todo. Nadie les creía y sonreían porque era la actuación más
real:
-Es la huésped que dejaste entrar- decían con mucha veracidad.
Las noches de aquellos días los gemelos huían a la habitación de su
madre, se cubrían con las cobijas y lloraban porque decía que la niña llamada
Raquel había vuelto a dejar las huellas de su asesinato en el piso. La
mamá sonreía amorosamente, los abrazaba mientras sus pies sangraban.
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