A las pequeñas asesinadas en Guatemala
el 8 de marzo de 2017 en el Hogar Virgen de la Asunción
por parte del Estado y por otras personas.
¡Quiero Justicia!
I
Un viento frío fuera de época cubrió toda la ciudad. Nadie lo
esperaba, así que muchos salieron con ropa ligera y ya en la calle cubrían su
cuerpo con los brazos haciendo movimientos para calentarse. Parecía noviembre a pesar de estar casi
llegando la Semana Santa.
Los padres de familia
salían de las casas rumbo a las escuelas, colegios o institutos para dejar a
sus hijos mientras que otros viajaban en bus escolar. El clima no detenía a nadie para nada. Los rostros de todos estaban transformados,
desencajados, había enojo y frustración, la única manera de desahogarse era
presionando el acelerador a profundidad y gritando a las demás personas.
En la base de un árbol de
jacaranda había un conjunto de trapos sucios que alguien había dejado tirado en
la madrugada. Todos pasaron sin hacer
caso, la prisa había impedido que observaran el pequeño movimiento que existía
en esas ropas vieja de color amarillo fuerte, un blanco percudido y una línea
roja.
La calle se llenó de
silencio entonces.
Todos ya estaban
trabajando. Los niños jugando en el
colegio o en la plazuela frente a la escuela.
Un perro se acercó en ese
pequeño momento, diminuto, escaso. Lo
olisqueó y con su trompa haló los trapos.
Poco a poco salió a la vista una pequeña criatura que empezó a llorar al
sentir el frío, el viento correr en su cara y sus manos. El perro se acercó más olisqueando al bebé
que estaba allí tirado, lamió sus mejillas que estaban sucias llenas de moco y
lágrimas. El grito escandaloso de la
pequeña se calmó, pero el perro salió corriendo cuando miró que se acerba una
mujer a toda prisa hacia esa parte del árbol.
La mujer le tiró una
piedra al animal que no le pegó, este salió huyendo refugiándose a una
distancia considerable, allí volteó para observar que era lo que hacía su
agresora. Se mantuvo quieto por un momento hasta cuando ésta tomó el bulto en
sus brazos. Entonces se marchó.
La mujer mayor, una
anciana, tenía arrugas marcadas en su piel, el pelo gris, casi blanco. Su cuerpo hacía notar el tiempo duro que
había pasado. Su ropa combinaba con los
colores que tenía puesto sin ser lujosa.
Le sonrió al bebé y esta le respondió quedándose dormida, sintiendo los
brazos tibios. Poco a poco se empezaron
a acercar más personas que observaron el acto y los llantos.
La imagen de la anciana
abrazando a aquel bebé era una pequeña situación extraña, una postal que no era
común: estaban debajo del árbol en donde caían las flores lilas y un sonido de
la iglesia cercana anunciaba el inicio la misa del día. El viento frio que movía las ramas hacía caer
más flores.
—Te llamarás Carolina.
—dijo la anciana y la besó en la mejilla.
II
—Mamá. — Susurró
Estaba acostada en una
cama enorme y suave, podía casi sumergirse en ella. Las chamarras y las sábanas eran delicadas,
eran finas a su piel. Sentía un gozo
tremendo estar allí. Tenía unas ganas de
reír que espontáneamente surgió una carcajada que resonó en toda la casa. Con el eco pudo imaginar que se encontraba en
un castillo como los que había visto en los televisores del gran comedor cuando
ponían las películas de Disney.
—Mamá. — Volvió a decir, esta vez más fuerte.
— ¡Mamá!— ahora gritó con
todas sus fuerzas, aún más que las carcajadas que habían salido de ella cuando
sintió el gozo de estar acostada.
Salió de esa cama, con mucha dificultad y se
paró sobre el suelo liso de color blanco.
Era un piso cerámico, de esos impecables que existen en las casas de
clase media. Miró sus pies contrastantes
con el suelo que estaba helado y sonrió.
Empezó a caminar
directamente hacía la puerta de la espaciosa habitación, ya no se sentía
contenta, había empezado a sentir miedo.
No era común estar en ese lugar, era un lugar desconocido, extraño. El miedo empezó a apoderarse con mucha más
fuerza de todo su cuerpo, lo sentía en sus venas y en sus músculos, en sus
articulaciones y en sus huesos. Empezó a
temblar porque no podía detener esa sensación.
— ¡Mamá!— Gritó con toda
su fuerza hasta que sus pulmones se agotaron de aire y sintió una irritación
profunda en su garganta.
El lugar se tornó negro
con un fondo rojo, todo se transformó en algo diferente, el terror se apoderó
de toda ella, gritó con todas sus fuerzas, pero la voz no surgía y quiso correr
pero ya no podía, unas manos surgieron del suelo y la tomaban. Cada vez iban subiendo y le rasgaban la piel,
sangraba de todos lados, sus gritos no se escuchaban y su cuerpo quedaba
inmóvil. Sintió un olor a alcohol, una
piel rasposa con barba que le decía cerca de su oído: —Relajate, relajate puta,
que si te mueves te va a doler más. —
Ahora era dolor lo que
sentía en todos lados de su piel, de su cuerpo, adentro y afuera, La rodeaba y
la forzaban muchas manos, cuerpos, pieles, pelos, penes, dedos, labios, lenguas
y quería gritar, huir, pero no podía. La
sostenían todas esas cosas en esa habitación.
— ¡Mamá!— Gritó y abrió
los ojos. Estaba llorando en una
habitación enorme con otros cuerpos de su misma edad. Había un espacio vacío lleno de una soledad
profunda.
III
Planeó su escapatoria
desde hacía mucho tiempo. Había tenido
que comprar a los cuidadores con varias noches de sexo detestable. Odiaba ese olor a sudor que expedía la piel
de esos hombres, también su aliento ácido y la lengua áspera, sentía unas ganas
de vomitar, pero no podía hacer otra cosa, ya estaba cansada, muchas otras
también lo estaban. Sentía odio y lo
quería vomitar, pero no era el momento.
Salieron ocultas en la
oscuridad mientras que los hombres, que ya habían cobrado el favor unas semanas
antes, las ignoraron por completo.
Atravesaron los distintos patios de la institución hasta llegar a la
parte trasera en donde sabían que había unas escaleras para poder subir el gran
muro que terminaba en un terreno baldío.
Subieron el muro. Sentían la excitación de un nuevo día.
Saltaron y llegaron al terreno
enorme con grama alta, lleno de todo tipo de basura, el olor era fuerte pero
mucho mejor que el de esos hombres y mujeres que ya las habían destrozado de
todas las formas posibles.
Salieron corriendo, eran
libres.
Mientras corrían Carolina
sintió una caricia hermosa en su rostro, algo que ya había sentido antes. Había un viento frío fuerte fuera de
época. Se detuvo a sentir. Entonces notó que estaba cerca de un árbol de
jacaranda, unos brazos fuertes de mujer la rodeaban y respiró su aliento fresco,
las flores lilas de ese árbol la envolvieron, miró el rostro frente a ella de
una anciana que le decía su nombre y junto a este varios sonidos de campanas de
iglesia. Se sentía maravillada, se
sentía amada como aquella primera vez.
Su cuerpo sin vida quedó
frente a la puerta del hogar que la refugiaba, al fondo habían llamas, gritos,
dolor y muerte.
IV
—Bienvenida Carolina. —
le dijo aquella anciana que la amó cuando la encontró.
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