I
Frente al espejo se paraba con una
rectitud impecable, lo hacía todas las noches antes de ir a acostarse. Se desnudaba por completo, dejaba el uniforme
de diario: la corbata, el saco, el pantalón, los zapatos negros, la camisa, etc.
y se ponía el otro, el que usó en el pasado, ese con las manchas que
se olían a pesar del tiempo, que flotaban como fantasmas buscando una justicia
perdida, sintiendo eso se excitaba aún más, se sentía grande. Permanecía así, admirándose, sintiéndose el
amo y señor de su país hasta que ese narcisismo militar lo
dejaba. Terminaba ese ritual con un
firme saludo a un general que estaba en el reflejo.
II
A
veces la conciencia, que era pequeña, se despertaba e impedía que el sujeto
conciliara el sueño, lograba que el apetito se esfumara, lo arrinconaba en el
gran espacio de la casa; eran días malos, porque a pesar de ser diminuta pesaba
mucho. Eran días oscuros como él les decía.
Para
desaparecer esa mísera molestia, visitaba a las putas más caras y a las de
menor edad, siempre acompañadas de una línea de polvo y otros narcóticos.
Al
siguiente día, la conciencia había desaparecido, había muerto, había sido
enterrada en esas sesiones de lujuria que únicamente Sade podría describir; ya
podía continuar con su trabajo, listo para dar el discurso con grandes gritos
cuasievangelizadores.
imagen: http://www.blogcdn.com/noticias.aollatino.com/media/2011/05/silueta-hombre-430vm052511.jpg
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