El Rey había tomado todo lo que existía en su reino sin dejar algo para nadie más, su territorio era extenso porque la vista
nunca llegaba a su fin cuando se señalaban los límites. Tenía todo en su poder y nadie podía exigir
nada más, sabían que él podía asesinar con gran impunidad, había destrozado las
cabezas de muchos y eso les atemorizaba a todos.
Cada cierto tiempo se convocaba a un torneo para derrotarlo en una
justa. Nadie, en los años que llevaba en
su trono relajado y con poder, había logrado derrotarlo. Su experiencia en las luchas en los pueblos invadidos y derrotados, le habían dado un gran conocimiento en el
uso de cualquier arma.
En el último torneo, surgió una mujer con su joven hijo, decía que era hijo del rey. Ella pertenecía a uno de esos
pueblos humillados y había sido violada y
embarazada por él en una de las conquistas. Su parecido era
extraordinario, nadie dudaba en lo que ella decía, todo era idéntico: los ojos, el
caminado, la voz, las manos, todo. Era como ver al rey en su juventud. El joven se acercó y pidió ser él
combatiente, lo retó para que pudiera ser él el nuevo monarca.
El rey en una sonrisa sarcástica, sabiendo que un hombre tan
joven y sin experiencia no podría contra él, aceptó el reto. Sabía que podía derrotar al joven, lo destrozaría sin miramientos, sin compasión.
Imaginó como destruiría la cabeza, como después abriría el vientre y sacaría
todas la entrañas, por último las colocaría en un asta para que todos pudieran ver lo
sanguinario que sería sin impórtale la sangre.
Señaló a la mujer y le dijo que se colocara en el centro
para iniciar la lucha.
Todo fue rápido y como todos lo preveían. El joven no resistió los golpes de su
padre-rey, no lo logró, no pudo más porque su cuerpo estaba sangrando, tenía
quebraduras en muchas partes. Solo quedaba
arrastrarse para alejarse, porque sabía que el final era eminente. El joven cansado decidió cerrar los ojos queriendo dejar de
sentir y esperar el final. No pudo ver nada, solo sintió el final, un silencio completo.
Cuando abrió los ojos, la madre atravesaba al padre-rey con una
espada que tenía empuñada con todas sus fuerzas. Y le decía al oído: “Justicia.”
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