jueves, 9 de marzo de 2017

Carolina


A las pequeñas asesinadas en Guatemala
el 8 de marzo de 2017 en el Hogar Virgen de la Asunción
por parte del Estado y por otras personas.
¡Quiero Justicia!
I

Un viento frío fuera de época cubrió toda la ciudad.  Nadie lo esperaba, así que muchos salieron con ropa ligera y ya en la calle cubrían su cuerpo con los brazos haciendo movimientos para calentarse.  Parecía noviembre a pesar de estar casi llegando la Semana Santa.

Los padres de familia salían de las casas rumbo a las escuelas, colegios o institutos para dejar a sus hijos mientras que otros viajaban en bus escolar.  El clima no detenía a nadie para nada.  Los rostros de todos estaban transformados, desencajados, había enojo y frustración, la única manera de desahogarse era presionando el acelerador a profundidad y gritando a las demás personas.

En la base de un árbol de jacaranda había un conjunto de trapos sucios que alguien había dejado tirado en la madrugada.  Todos pasaron sin hacer caso, la prisa había impedido que observaran el pequeño movimiento que existía en esas ropas vieja de color amarillo fuerte, un blanco percudido y una línea roja.

La calle se llenó de silencio entonces.

Todos ya estaban trabajando.  Los niños jugando en el colegio o en la plazuela frente a la escuela.

Un perro se acercó en ese pequeño momento, diminuto, escaso.  Lo olisqueó y con su trompa haló los trapos.  Poco a poco salió a la vista una pequeña criatura que empezó a llorar al sentir el frío, el viento correr en su cara y sus manos.  El perro se acercó más olisqueando al bebé que estaba allí tirado, lamió sus mejillas que estaban sucias llenas de moco y lágrimas.  El grito escandaloso de la pequeña se calmó, pero el perro salió corriendo cuando miró que se acerba una mujer a toda prisa hacia esa parte del árbol.

La mujer le tiró una piedra al animal que no le pegó, este salió huyendo refugiándose a una distancia considerable, allí volteó para observar que era lo que hacía su agresora. Se mantuvo quieto por un momento hasta cuando ésta tomó el bulto en sus brazos.  Entonces se marchó.

La mujer mayor, una anciana, tenía arrugas marcadas en su piel, el pelo gris, casi blanco.  Su cuerpo hacía notar el tiempo duro que había pasado.  Su ropa combinaba con los colores que tenía puesto sin ser lujosa.  Le sonrió al bebé y esta le respondió quedándose dormida, sintiendo los brazos tibios.  Poco a poco se empezaron a acercar más personas que observaron el acto y los llantos.

La imagen de la anciana abrazando a aquel bebé era una pequeña situación extraña, una postal que no era común: estaban debajo del árbol en donde caían las flores lilas y un sonido de la iglesia cercana anunciaba el inicio la misa del día.  El viento frio que movía las ramas hacía caer más flores.

—Te llamarás Carolina. —dijo la anciana y la besó en la mejilla.

 II

—Mamá. — Susurró

Estaba acostada en una cama enorme y suave, podía casi sumergirse en ella.  Las chamarras y las sábanas eran delicadas, eran finas a su piel.  Sentía un gozo tremendo estar allí.  Tenía unas ganas de reír que espontáneamente surgió una carcajada que resonó en toda la casa.  Con el eco pudo imaginar que se encontraba en un castillo como los que había visto en los televisores del gran comedor cuando ponían las películas de Disney.

 —Mamá. — Volvió a decir, esta vez más fuerte.

— ¡Mamá!— ahora gritó con todas sus fuerzas, aún más que las carcajadas que habían salido de ella cuando sintió el gozo de estar acostada.

 Salió de esa cama, con mucha dificultad y se paró sobre el suelo liso de color blanco.  Era un piso cerámico, de esos impecables que existen en las casas de clase media.  Miró sus pies contrastantes con el suelo que estaba helado y sonrió.

Empezó a caminar directamente hacía la puerta de la espaciosa habitación, ya no se sentía contenta, había empezado a sentir miedo.  No era común estar en ese lugar, era un lugar desconocido, extraño.  El miedo empezó a apoderarse con mucha más fuerza de todo su cuerpo, lo sentía en sus venas y en sus músculos, en sus articulaciones y en sus huesos.  Empezó a temblar porque no podía detener esa sensación.

— ¡Mamá!— Gritó con toda su fuerza hasta que sus pulmones se agotaron de aire y sintió una irritación profunda en su garganta.

El lugar se tornó negro con un fondo rojo, todo se transformó en algo diferente, el terror se apoderó de toda ella, gritó con todas sus fuerzas, pero la voz no surgía y quiso correr pero ya no podía, unas manos surgieron del suelo y la tomaban.  Cada vez iban subiendo y le rasgaban la piel, sangraba de todos lados, sus gritos no se escuchaban y su cuerpo quedaba inmóvil.  Sintió un olor a alcohol, una piel rasposa con barba que le decía cerca de su oído: —Relajate, relajate puta, que si te mueves te va a doler más. —

Ahora era dolor lo que sentía en todos lados de su piel, de su cuerpo, adentro y afuera, La rodeaba y la forzaban muchas manos, cuerpos, pieles, pelos, penes, dedos, labios, lenguas y quería gritar, huir, pero no podía.  La sostenían todas esas cosas en esa habitación.

— ¡Mamá!— Gritó y abrió los ojos.  Estaba llorando en una habitación enorme con otros cuerpos de su misma edad.  Había un espacio vacío lleno de una soledad profunda.

 III

Planeó su escapatoria desde hacía mucho tiempo.  Había tenido que comprar a los cuidadores con varias noches de sexo detestable.  Odiaba ese olor a sudor que expedía la piel de esos hombres, también su aliento ácido y la lengua áspera, sentía unas ganas de vomitar, pero no podía hacer otra cosa, ya estaba cansada, muchas otras también lo estaban.  Sentía odio y lo quería vomitar, pero no era el momento.

Salieron ocultas en la oscuridad mientras que los hombres, que ya habían cobrado el favor unas semanas antes, las ignoraron por completo.  Atravesaron los distintos patios de la institución hasta llegar a la parte trasera en donde sabían que había unas escaleras para poder subir el gran muro que terminaba en un terreno baldío.

Subieron el muro.  Sentían la excitación de un nuevo día.

Saltaron y llegaron al terreno enorme con grama alta, lleno de todo tipo de basura, el olor era fuerte pero mucho mejor que el de esos hombres y mujeres que ya las habían destrozado de todas las formas posibles.

Salieron corriendo, eran libres.

Mientras corrían Carolina sintió una caricia hermosa en su rostro, algo que ya había sentido antes.  Había un viento frío fuerte fuera de época.  Se detuvo a sentir.  Entonces notó que estaba cerca de un árbol de jacaranda, unos brazos fuertes de mujer la rodeaban y respiró su aliento fresco, las flores lilas de ese árbol la envolvieron, miró el rostro frente a ella de una anciana que le decía su nombre y junto a este varios sonidos de campanas de iglesia.  Se sentía maravillada, se sentía amada como aquella primera vez.

Su cuerpo sin vida quedó frente a la puerta del hogar que la refugiaba, al fondo habían llamas, gritos, dolor y muerte.

 IV

—Bienvenida Carolina. — le dijo aquella anciana que la amó cuando la encontró.

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