lunes, 10 de octubre de 2011

Un Mundo de Valores



 I

            Frente al espejo se paraba con una rectitud impecable, lo hacía todas las noches antes de ir a acostarse.  Se desnudaba por completo, dejaba el uniforme de diario: la corbata, el saco, el pantalón, los zapatos negros, la camisa, etc. y se ponía el otro, el que usó en el pasado, ese con las manchas que se olían a pesar del tiempo, que flotaban como fantasmas buscando una justicia perdida, sintiendo eso se excitaba aún más, se sentía grande.  Permanecía así, admirándose, sintiéndose el amo y señor de su país hasta que ese narcisismo militar lo dejaba.  Terminaba ese ritual con un firme saludo a un general que estaba en el reflejo.


II

            A veces la conciencia, que era pequeña, se despertaba e impedía que el sujeto conciliara el sueño, lograba que el apetito se esfumara, lo arrinconaba en el gran espacio de la casa; eran días malos, porque a pesar de ser diminuta pesaba mucho.  Eran días oscuros como él les decía.

            Para desaparecer esa mísera molestia, visitaba a las putas más caras y a las de menor edad, siempre acompañadas de una línea de polvo y otros narcóticos.
            Al siguiente día, la conciencia había desaparecido, había muerto, había sido enterrada en esas sesiones de lujuria que únicamente Sade podría describir; ya podía continuar con su trabajo, listo para dar el discurso con grandes gritos cuasievangelizadores.



imagen: http://www.blogcdn.com/noticias.aollatino.com/media/2011/05/silueta-hombre-430vm052511.jpg

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